Por: Rocío Arcos, Relatora Sureste, Psicóloga UDD
Hoy en día nos es completamente natural y hasta obvia la existencia de departamentos de Recursos Humanos que se encarguen no sólo de velar por los derechos de los trabajadores, sino también de mantenerlos motivados y a gusto en sus diferentes roles, potenciando las interrelaciones siempre existentes al interior de los lugares de trabajo. Sin embargo, la historia nos muestra clara y fríamente que esto no siempre fue así, y que el punto en el que estamos ahora responde a un proceso de décadas y décadas de transformación del mundo laboral. Ya el hecho de que hoy hablemos de un “mundo laboral” separado del “mundo personal” responde a un -sentir- y un -pensar- que es propio de la época. No olvidemos que antiguamente no existía siquiera la concepción de “trabajo” ya que las labores que se realizaban estaban impregnadas en la vida misma, o bien se asumían como consecuencias inevitables de haber nacido en un estrato social, género o raza determinada. Mucho ha cambiado el mundo y otro tanto el humano, y pareciera que los ojos de nuestra especie han ido dirigiéndose cada vez más hacia lo intangible, por paradójico que suene.
Primero la preocupación estuvo centrada en la tierra, luego en la maquinaria, luego en la tecnología y estamos hoy día insertos en un contexto socio-laboral que posa su mirada en el llamado “capital intelectual”, es decir, valoramos el cultivo del conocimiento. No por nada al momento de contratar personas la mayoría de las empresas fija la atención en la Formación Académica. Actualmente existe una sobre-valoración de los títulos universitarios y toda formación que le siga (dígase magísters, masters, doctorados, etc), pero no es menos cierto que en los últimos 50 años ha ido en paulatino aumento la valoración de otro tipo de cultivo, aquel que es entregado principalmente por el roce social y nuestra condición de seres gregarios: “El capital relacional”.
A menos que tengamos alma de hermitaño y trabajemos de manera muy independiente, casi todos tendemos a estar inmersos en grupos laborales. Estos grupos a veces se conforman como equipos, pero no siempre ¿Qué diferencia una situación de la otra? ¿Son sólo las tareas y objetivos los que nos unen o hay algo más? Estas preguntas no son tan difíciles de responder si nos damos un instante para observar nuestra propia naturaleza…SOMOS SERES EMOCIONALES! Si hay algo que no podemos evitar es el hecho de sentir la amplia gamas de emociones que nos toca vivir como seres humanos. Este hecho ineludible afecta y de hecho determina el tipo de relaciones que vamos estableciendo en todos los círculos sociales en que nos movemos. Y si hemos construido una sociedad de consumo, donde se necesita dinero para vivir y en la que el trabajo ocupa al menos ¾ de nuestro tiempo, entonces no cabe discusión de que las relaciones que allí se desarrollan merecen y necesitan ser cuidadas.
Es desde esta perspectiva que nace una corriente dentro del mundo laboral conocida como “Team Building”, que se traduce como “Construcción de Equipos”, la cual en el fondo consiste en todas aquellas actividades que están enfocadas principalmente en formar equipos de alto desempeño mediante la mejora de sus relaciones interpersonales, que en esencia se refiere a mejorar el modo en que se emocionan mutuamente unos con otros. Esto puede sonar extraño a primera lectura, e incluso traer la estereotipada imagen de un grupo en extremo sensible y “llorón”, pero en realidad si lo pensamos más a fondo, SIEMPRE hay una emoción en nosotros, ya sea de tranquilidad, angustia, motivación, apatía, etc. y al mismo tiempo siempre hay emociones -entre- nosotros, que es lo que nos importa recalcar aquí. Mediante actividades de “team building”, los equipos aprenden a ir reconociendo estos flujos relacionales-emocionales y al hacerlos conscientes tienen mayor control para dirigirlos de un modo que aporte al bienestar de todos. Dentro de las experiencias de construcción de equipos surge a menudo un concepto fundamental: La Integración, que se refiere a grandes rasgos al fenómeno que ocurre cuando las distintas partes de algo constituyen un Todo unificado, pero sin perder sus características individuales. Esto se vuelve esencial al momento de trabajar con grupos, ya que claramente vivimos en un mundo de seres inmensamente diversos en cuanto a rasgos de personalidad y formas de ser, en este sentido no todos nos emocionamos de la misma manera ni sentimos igual, pero al abrirse a comprender al otro, al poner la intención en comunicarse desde la empatía, nace una red común que es de respeto, que reconoce de manera unificada a todas esas distintas individualidades y de hecho las protege, porque comprende que el Todo se beneficia de las distintas partes. Finalmente se genera un circulo virtuoso, donde el aprecio a las diferencias nos lleva a unirnos más, no por ser iguales, sino por saber complementar nuestras distintas formas en pos de lo que nos beneficie a todos.
Pese a que escrito ésto suene maravilloso, es un gran desafío para cualquier grupo humano. Bien sabemos de las heridas psicológicas que todos cargamos en una u otra área, y cómo éstas van truncando nuestro potencial y cerrando nuestras posibilidades de relacionarnos más abiertamente, pero lo difícil no quiere decir imposible, y basta con un poco de intención y un contexto propicio, y estos temas pueden ir ablandándose, encontrando historias similares a las mías entre mis compañeros, el sentimiento de que finalmente no estamos solos y que si queremos podemos generar redes de apoyo mucho más sólidas y humanas.
En Sureste estamos comprometidos con ser creadores de este “contexto propicio”, de este ambiente generador de confianza que permita a las personas abrirse junto a quienes comparten todos los días. Muchas veces el hecho de salir del lugar al que están acostumbrados ya genera una primera apertura hacia lo nuevo, y a esto le sumamos espacios pensados precisamente en el conocimiento mutuo. Sureste es abrirse uno y abrirse al otro, mediante actividades que los participantes puedan relacionar a sus contextos comunes; es una manera de poner en práctica directa nuestras habilidades interpersonales para aprender a cuidarnos emocionalmente.
Rocío Arcos, Psicóloga UDD